La desigualdad económica extrema es uno de los factores clave para entender el debilitamiento de los esfuerzos mundiales en materia de desarrollo. Hace una década, las instituciones de desarrollo más importantes redefinieron su misión con la intención de recurrir a los poderosos inversores privados del norte global para cumplir los objetivos de desarrollo, una idea que el economista jefe del Banco Mundial ha acabado por descartar ahora por considerarla una "fantasía". En la actualidad, la agenda para el desarrollo es, en gran medida, rehén de los intereses de estos mismos ricos inversores privados. Pese a las abrumadoras pruebas que demuestran que este planteamiento no ha funcionado, que puede provocar importantes daños y que no supera a la financiación pública, asistimos hoy a un nuevo y alarmante impulso derivado del resquebrajamiento del sistema tradicional de ayuda.
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